Un chocolate agradable, perfumado y ardiente. Del mismo sabor de la pasión, la batalla y el amor en fuga.

9.17.2011

PERONES, EVITAS, NESTITOR y CRISTINITAS DE CHOCOLATE

por Jerónimo Pinedo



El peronismo, al menos el peronismo configurado por el mito icónico de sus conductores, no fue una total ruptura con la tradición. El peronismo que fue resistente porque antes fue Estado, también ansió tener sus propios mausoleos, con escarapelitas, cintas patrias, actos escolares y algunos bustos singulares, que pudieran ubicarse con igual dignidad de los otros, los del siglo XIX argentino, donde se forjaron, para cierto imaginario hoy escolar, los fundadores de la patria. El peronismo deseó, en su primer momento estatal, no romper el panteón fundacional sino ser considerado en él, mantenerlo abierto para poder entrar, negar que ese panteón se había cerrado. Eva era la primera que debía entrar, y entró tempranamente. Cuando los años de proscripción pretendieron negar definitivamente esa entrada o expulsar lo que ya estaba colocado, las sencillas figuras de bronce forjadas secretamente en algún taller industrial o a hurtadillas en el gabinete de materiales de algún colegio barrial, circularon como la prueba material, la representación sólida del don de una identidad declarada hereje por los nuevos hombres en el Estado.


La herejía del peronismo no fue romper ni transformar, sino afirmar que la historia nacional aún estaba por hacerse, abierta, y que le cabía un lugar, un principalísimo lugar en esa constante, permanente, fundación de la nación y del estado. Afirmar la fluidez del bronce para rechazar su estado sólido. De allí la herejía del peronismo, postular una historia abierta, por hacerse, y al mismo tiempo ubicarse como su principal acreedor. Lugar que otros, entre ellos, los auto-declarados herederos del anterior panteón, le negaban.


El peronismo, como movimiento político, ha sido profuso en su iconología, pero no disputó tanto las formas como los contenidos de esa iconología. Aceptó los bustos y las estatuas, no recusó el bronce, lo hizo fluido y lo vertió en nuevos moldes. Aceptó al Estado, la Nación y el Capital, pero les adicionó a ellos El Trabajador, la Justicia Social y lo Popular. Honró a San Martín y a Belgrano, pero pidió también un lugar para sí, y hasta trató de organizar su propia estatuaria.


Sabemos que esa historia no ha sido sencilla. Sabemos que el peronismo fue el mismo una controversia o varias. Y en una de sus vertientes controversiales ha sabido revisarse, parodiarse e incluso romperse, para volver a resurgir como un Ave Fénix. En ese peronismo que en la cultura contemporánea argentina va desde el Perón que inventó las letras de rock y el Bombita Rodríguez de Diego Capusoto hasta la Eva Shiva que golpea al niño gorila de Daniel Santoro, se ubican los bustos de chocolate de Fabiana di Luca. La pregunta, que podríamos atribuir a Leónidas Lamborguini, siempre es la misma: ¿es posible ejercer la crítica y el juego jocoso con los íconos sin caer en la banalidad o el improperio elitista contra el movimiento popular? ¿Es posible jugar con los símbolos sin desconocer el espesor histórico de un movimiento político, que al fin al cabo, desea ser reconocido en la historia oficial? ¿Es posible extraer de esa iconología popular y al mismo tiempo estatalista un nuevo plus de sentido, una nueva energía mítica? ¿Hay un tono burlesco que puede ser positivo, dinamizante, interior, que se contraponga al execrable “Viva el Cáncer” o al “Todo es culpa de la Yegua esa”?


La respuesta puede ser sí, si nos animamos a seguir jugando con su parte maldita y asumir la suciedad de la historia. El mensaje tiene que ir al menos en dos direcciones, contra los eslóganes de los profetas del odio y contra los propios impulsos de panteización o canonización. Todos sabemos que Perón no inventó las letras de rock, que Bombita Rodríguez nunca existió, y que Eva no era Shiva ni los gorilas niños. ¿Y si hubiera sido así? Los gorilas niños maleducados, Eva una rigurosa divinidad oriental, Perón un letrista alocado de Rock, los montoneros cantantes secundarios del Club del Clan, y los bustos de Perón, Eva, Cristina, Néstor y Hugo, figuritas de chocolate para saborear. Y si esto es imaginable, y no sólo posible, sino también necesario y realizable. En la medida que nos dice una y otra vez, en su desfiguración y transfiguración jocosa, que el peronismo aún no ha entregado todo de sí y que es posible y necesario esperar nuevas combinatorias de la aún productiva, muy productiva, constelación barroca.


Los chocolates de la fábrica peronista, para la familia peronista, con bustos peronistas (siempre falta alguno que debe ser olvidado o relegado para que la historia no se congele), elaborados para satisfacer el sabor de la dama y el caballero peronista, para disfrutarlos en la playa peronista, en matrimonio peronista (deberíamos decir igualitario), frente a tu neetbook nacional y popular, junto a tus compañeros de cooperativa, mientras puteas a Clarín y te haces amigo del facebook de 678, para comprar con lo que te queda de asignación universal y comer mientras miras el fútbol Para Todos en tu LCD comprado en sesenta cuotas, son eso, comestibles placenteros a los que Todos tenemos derecho. Es esa constelación barroca y fungible, deliciosa y consumible, sucia y jocosa, la que vale la pena habitar y saborear. El bronce es impenetrable y no sirve para comer, no nos interesa.

4 comentarios:

  1. ¡Una idea extraordinaria, Fabiana!
    Mil felicitaciones.

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  2. Donde o como los puedo comprar?

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  3. escribime a fabidiluca@yahoo.com.ar y coordinamos. Gracias!

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