No cualquiera es comestible. Esto es evidente incluso en las culturas en las que la antropofagia ha sido sublimada.
Pero prefiero decir canibalismo, antes que antropofagia. Este otro término ha sido convertido por los brasileiros en un movimiento artístico, o en una forma artística y/o sofisticada de pensar. Nada de malo en eso. Pero, hoy, el que se dice su heredero y se llama antropófago, es un ser respetable que devora aspectos de otras culturas, trabajos de diversos autores y artistas y los incorpora a su cultura local de una manera sincrética y promiscua muy bien vista, una vez domesticada. El problema está en la domesticación.
El canibalismo, en cambio, sigue siendo salvaje. Su promiscuidad da asco. Su mezcla de lo tuyo y lo mío produce quejas hasta de los hippies. El canibalismo es escandaloso como lo sería ir de putas en una sociedad donde se predica y practica el amor libre. Y es porque el canibalismo sigue siendo real, sigue implicando que te comes a alguien. Sigue traumando a los uruguayos. Sigue, donde lo hay, siendo una necesidad espiritual y física.
Tradicionalmente, uno se come a otro para capturar sus energías, sus virtudes. Por eso el menú incluye guerreros fuertes y vírgenes bellas y fértiles. Los católicos se siguen comiendo a su dios cada domingo: buscan engullir sus virtudes, el amor por los demás, la fuerza para soportar daños y castigos inmerecidos. Jesús fue un gran guerrero y sus seguidores siguen repartiéndose su carne y su sangre.
Pero el canibalismo del que quiero hablar aquí es otro. También sublimado, un canibalismo en efigie. Otros queman en efigie a los gobernantes odiados, o a los enemigos (habitualmente un presidente o una bandera norteamericanos); nosotros nos comemos en efigie a los gobernantes amados. La serie “Chocolates peronistas” nos ofrece las caras de Evita, Perón, Kirchner, Cristina. También tendremos la oportunidad de cobrar fuerzas y ánimo de la casita peronista, la fábrica, la CGT y Pinto, el famoso caballo de las fotos.
Este canibalismo humorístico, alegre, simpático, no oculta ni desarticula en momento alguno que sigue siendo canibalismo. Como una retroalimentación de los peronistas actuales con sus ídolos y símbolos, pero sin rituales preestablecidos ni lecturas obligatorias. Son prescindibles también las contraseñas y los peajes: aquí es bienvenido a comer todo el mundo.
También el amor es caníbal. ¿Hace falta recordar aquí los ires y venires de tantas palabras entre el comer y el sexo?
Es mejor no dudar del erotismo implícito en este devorar a los héroes y las heroínas. De ahí el chocolate, sospecho, ya que libera en el cerebro la hormona serotonina (sobre todo en el de las mujeres) produciendo una tranquilidad y satisfacción parecidas a las que siguen al coito.
Otra certeza con la que podemos vivir es que la política es corporal. O siempre implica el cuerpo a cuerpo. O reúne los cuerpos en la Plaza para llorar o para celebrar o para defender. La política siempre nos dice cómo poner el cuerpo y dónde, y el que entra en política, aunque sólo sea fabricando chocolates, lo hace precisamente por eso: para poder decir algo sobre cómo poner el cuerpo y donde... con una bonita sugerencia acerca de lo que hay que poner EN ese cuerpo: chocolate y deseo.
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